Sergei Prokofiev

La música de Prokofiev, como el mismo compositor, puede ser directa y afilada. Pero el soviético tenía también un don para crear melodías inolvidables que crecieron en sutileza, expresividad y significado a medida que su estilo maduró. Nacido en 1891 en la provincia rural ucraniana de Sóntsovka, Prokofiev demostró su talento musical a una edad temprana y fue admitido en el Conservatorio de San Petersburgo a los 13 años gracias a la recomendación de Alexander Glazunov. Fue ahí que el incipiente pianista y compositor se convirtió en un enfant terrible al escribir obras como “Suggestion diabolique”, op. 4 no. 4 (1908, revisada en 1912) y su Concierto para piano no. 1 (1912) antes de su graduación en 1914. Se mudó a Francia luego de la revolución, donde estableció su reputación con el estilo belicoso del ballet El bufón (1921). Su involucramiento en la ciencia cristiana, a mediados de los años 20, lo inspiró a cultivar una nueva simpleza que, como quedó demostrado en su música para la película El teniente Kijé (1934), era compatible con la estética oficial de la Unión Soviética. Por eso, Prokofiev fue tentado a regresar a su patria. Mientras que Pedro y el lobo (1936) y la cantata Alejandro Nevski, op. 78 (1939) conocieron gran éxito popular, el estilo angustioso de su Sonata para violín n.º 1 (1938-46) y las Sonatas para piano no. 6-8 (1939-44) refleja el trauma de la Gran Purga de Stalin. Compuso su Quinta sinfonía durante la Segunda Guerra Mundial, cuando esas emociones oscuras eran aún aceptadas. Sin embargo, su Sexta sinfonía (1947), de sentimiento trágico más explícito, provocó la censura oficial. Ya delicado de salud, Prokofiev restauró su reputación con la encantadora y enigmática Séptima sinfonía, que completó un año antes de su muerte en 1953.