Herbert von Karajan descubrió a la soprano Gundula Janowitz en 1959, cuando la austriaca de origen alemán aún estudiaba en el conservatorio. El director la llevó al escenario de la Ópera Estatal de Viena, de la que formó parte desde 1962. Janowitz se convirtió en una estrella casi al instante y llegó a trabajar con directores como Georg Solti y Otto Klemperer. La pureza cristalina y el vibrato enérgico de su voz eran ideales para los lieder, pero también brilló en papeles dramáticos como el de la condesa Rosina Almaviva en Las bodas de Fígaro de Mozart o la Ariadna en Naxos de Strauss.