SOMOS: Ritmo

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SOMOS: Ritmo

El sonido de las congas y los golpes de clave forman el idioma que une a muchos latinxs. No es el español ni el portugués, sino una lengua franca musical que hunde sus raíces en África. Tocados con gran exuberancia rítmica, o como diría Celia Cruz tumbao, estos sonidos tienen acentos tan característicos como los de sus países de origen. Está el merengue “hasta la tambora” de Johnny Ventura, el centelleante marimbol del son jarocho de Los Cojolites, y el tresillo sincopado del jazz latino de Willie Bobo. O voces como el contralto de la propia Cruz, la reina de la salsa, que alterna gritos monumentales con un fraseo que serpentea alrededor de los polirritmos de la música. Pero lo más importante es la comunidad a la que Celia saluda cada vez que exclama “¡azúcar!”: la Latinoamérica negra, los afrolatinxs cuya música encierra historias que van de las plantaciones azucareras de Cuba al triunfo de sociedades de cimarrones como las de los quilombos brasileños. Para los artistas como Celia y otros que aparecen en esta lista, la música latina es inseparable de sus orígenes negros. “Pues vive en mi corazón”, canta Celia al ritmo del guaguancó y el bongó en “Quimbara”, una canción de 1974. Estos ritmos de la diáspora africana son los que lleva en el corazón. Para los esclavos de África Occidental que sobrevivieron el viaje al Caribe y el continente americano, estos ritmos no eran solamente un medio de conexión emocional. Se convirtieron en una forma de comunicación, un léxico de prácticas espirituales y de instrumentos que, a pesar de todos los intentos de suprimirlos, no desaparecieron por completo en el Pasaje del Medio. Ya fuera en secreto o con el permiso de los esclavistas españoles y portugueses que confiaban así en aplacar las rebeliones, los cabildos o hermandades mantuvieron vivos los vínculos con África. En su nueva tierra, los yorubas de Benín y Nigeria se convirtieron en los lucumí bajo la promesa sincrética de la santería y el candomblé. En 1978 Eddie Palmieri invocó su espíritu de fusión en “Lucumi, Macumba, Voodoo”, una canción que conecta los tambores batá de sus ancestros con los metales de las nuevas big bands. Mientras, desde asentamientos mestizos como los palenques de Veracruz en México o la costa caribeña de Colombia, escuchamos la comunión entre la cultura indígena y la de la diáspora africana de la mano de quienes escaparon de sus opresores. Siglos después, el salsero Joe Arroyo condensó esta misma historia en su irrefrenable clásico “Rebelión”, un tema engañosamente bailable que narra la historia de una pareja de esclavos africanos del siglo XVII que enfrenta a su amo. Arroyo nunca aclara si la pareja alcanzó la libertad, sino que simplemente alude a gritos que aún se escuchan tras una verja. Pero pensar que los descendientes de la pareja protagonista han bailado este clásico en las salas de fiestas y los clubes de todo el mundo es una maravillosa forma de rebelión. Hay verdadera liberación en ese intercambio. Nuestros cuerpos habitan los ritmos que nos dejaron y nuestros corazones se llenan como el de Celia. Nuestros artistas se acercan para contarnos un pedacito de la historia negra y de nosotros depende escucharla. —JENZIA BURGOS

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