Para alguien de origen judío, no era fácil ascender socialmente en Austria a finales del siglo XIX, sobre todo si procedía de una familia humilde en un rincón remoto del Imperio, como Mahler. Pero en su corta vida (nació en 1860) fue considerado uno de los mejores directores de orquesta de todos los tiempos y, más tarde, uno de los compositores más originales, apasionados y proféticos de la tradición clásica. Aunque tuvo gran éxito como autor de ópera, optó por expresar sus pensamientos y sentimientos en canciones, especialmente en sinfonías. Para Mahler, la sinfonía tenía que, en sus palabras, “abarcarlo todo”, y sus enormes lienzos orquestales sobrepasaron los límites de lo que hasta entonces se consideraba expresable en la música. La Sinfonía no. 8, conocida como la “Sinfonía de los mil”, fue un gran éxito en su estreno en 1910, lo que supuso la aclamación que tanto anhelaba. Sin embargo, ese mismo año descubrió que su adorada esposa y musa, Alma, estaba teniendo otro romance y esto debilitó su frágil corazón. Murió al año siguiente, justo antes de cumplir 51 años.