A primera vista, la Sonata para piano n.° 2 de Chopin y la sonata Hammerklavier de Beethoven podrían parecer una combinación improbable. “Por lo general, solemos percibir a Beethoven y Chopin como compositores distantes, y no están muy cerca en la imaginación del público”, comenta la pianista Beatrice Rana a Apple Music Classical. De hecho, estos dos gigantes del repertorio de piano comparten numerosos rasgos, empezando por sus tonalidades: si bemol menor y si bemol mayor. Cada sonata desafía las convenciones y, en su tercer movimiento, muestran al compositor en su momento más vulnerable. “La Marcha fúnebre es una de las piezas más dramáticas que Chopin haya escrito y el tercer movimiento de Beethoven es un viaje introspectivo al universo de este genio musical”, afirma Rana. Por su parte, los movimientos finales no se quedan atrás en cuanto a su carácter revolucionario. Beethoven traza un camino con una increíble fuga extendida. El cuarto movimiento de Chopin también es inusual, “es absolutamente increíble”, comenta Rana, “este movimiento paralelo en ambas manos, siempre en pianissimo, como si fuesen alas. Y luego tenemos el impacto del acorde final en fortissimo”. Compuesta en 1818, la Sonata para piano n.° 29 de Beethoven, popularmente conocida como Hammerklavier, es la sonata más larga y, técnicamente, más compleja de Beethoven. Su movimiento inicial irrumpe con acordes colosales de una magnitud casi orquestal. A lo largo de su viaje de 10 minutos, el movimiento apenas da tregua. “Es muy desafiante y lo que me gusta es que este sentido de desafío se comparte con la audiencia, es una pieza tan exigente, incluso de escuchar. Entender lo que sucede en el cuarto movimiento es realmente un verdadero reto”, comparte Rana. Rana es una peculiar pianista que posee una habilidad técnica casi ilimitada, pero con un alma capaz de penetrar profundamente bajo la superficie. Este tipo de interpretaciones no aparecen con frecuencia, y es revelador que la persuadieran para grabar Hammerklavier, no sólo por su demandante exigencia técnica, sino principalmente por el profundo tercer movimiento. Para Rana, el “Adagio sostenuto” de 18 minutos contiene “una de las melodías más hermosas, es tan pura y delicada”. Esto resulta inusual para Beethoven, ya que generalmente no se le considera un melodista. “Las melodías de Beethoven siempre se desarrollan a partir de ciertos intervalos, escalas o repeticiones”, explica Rana. “Cuando pienso en melodías, me vienen a la mente más las de Chopin que las de Beethoven”. Sin embargo, en este caso, algo mágico sucede. “Esta melodía se desarrolla de manera constante a lo largo del movimiento”, señala. “Cuanto más se repite, más poderosa y a la vez más introvertida se vuelve. No creo que existan muchas otras composiciones en la obra de Beethoven como esta”. Con su interpretación, Rana aporta una cualidad etérea, incluso espiritual, al movimiento lento de la sonata de Chopin, en contraste con pianistas que a menudo le confieren cierta solemnidad. “Siempre me ha inspirado esta anécdota de la vida de Chopin”, comenta. “Estaba en Mallorca y su salud no era óptima. Mientras tocaba su música, en un momento levantó la cabeza y vio una procesión de sacerdotes frente al piano. Si bien sabía que estaba alucinando, se levantó y se alejó del instrumento. Para mí, este detalle es muy importante, ya que transmite ese sentido de alucinación y desapego de la realidad que resulta profundamente relevante”. De hecho, la sonata de Chopin, terminada en 1839, sin duda tiene fuertes connotaciones autobiográficas. Es un retrato de un hombre enfrentándose a su propia mortalidad, al igual que Beethoven empieza a aceptar su sordera en Hammerklavier. Chopin cuenta una historia de la primera a la última nota. Sólo hay una oportunidad para escuchar la obra, no se puede retroceder. En este sentido, creo que es como la vida misma. Es un reflejo de lo que Chopin estaba viviendo en ese momento específico”.