Prokofiev escribió la partitura de Cenicienta, quizás el más popular de sus ballets, entre 1940 y 1944. Escuchando las exuberantes melodías, los colores vibrantes de la música y los pasajes humorísticos de la madrastra de la historia, resulta difícil imaginar que la partitura naciese de una Europa en llamas. Esta versión que Vladimir Ashkenazy grabó junto a la Orquesta de Cleveland en 1999 captura el espíritu fantástico y lúdico de la obra con contagioso entusiasmo. Después, Las Estaciones, el breve ballet alegórico que Alexander Glazunov compuso en 1899 para el Ballet Imperial de San Petersburgo, nos lleva del invierno al otoño en un viaje profundamente evocador.