Una curiosa mezcla de pasión mediterránea y flema inglesa hicieron de Barbirolli un extraordinario intérprete de música británica: su Elgar sigue siendo magnífico ("El sueño de Geronte" o su "Concierto para violonchelo" son un buen ejemplo). Además, fue un increíble director de ópera: la "Madama Butterfly" de Puccini en sus manos es inolvidable, y su grabación del "Otelo" de Verdi, soberbia. Su poco feliz tiempo al timón de la Filarmónica de Nueva York fue seguido por un período dorado a cargo de la orquesta The Hallé de Manchester, donde durante veinticinco años logró que se hiciera la magia.