Alice Cooper se encargó de montar el show más terrorífico de heavy metal que tenía como objetivo principal el impactar a la audiencia. Cooper fue discípulo del gran Frank Zappa y de él aprendió el fino arte de las operetas satíricas. Sus espectáculos tenían toda la parafernalia necesaria en el escenario para aturdir al público como sangre falsa, sillas eléctricas y guillotinas. Reciclaba canciones de Broadway, películas de terror y el Gran Guiñol. La música que sonaba era igual de distintiva que su espeluznante escenificación.