Qué mejor para aliviar las penas de la temprana muerte de Sam Cooke a los 33 años que ponerte una de esas joviales canciones suyas que reflejaban a un hombre que estaba en la flor de su vida. Siempre quedará la duda de cómo podría haber evolucionado su carrera, ya de por sí exitosa, si no hubiese sido asesinado en 1964. Ya entonces estaba considerado como una de las mejores voces de Estados Unidos, primero con The Soul Stirrers, que ayudó a acercar el gospel a otras audiencias más pop, y más tarde en solitario, donde dejó para el recuerdo una serie de sencillos francamente majestuosos.