Aunque vilipendiado por el establishment crítico por seguir una forma de componer comercial, Jenkins da lo que su audiencia le pide: firmeza tonal y melódica. Su música pide poco a sus oyentes, pero funciona: por algo fue un exitoso compositor para anuncios antes de empezar a dar conciertos. Su saga Adiemus, publicada en 1995, lo situó en el mapa aprovechando el gusto por una ligera espiritualidad y desde entonces no ha parado de cosechar éxitos, sobre todo con su misa The Armed Man, compuesta en 1999.