Aunque las instituciones franquistas de los años 50 no lo veían con muy buenos ojos por su alto carácter subversivo y agitador, el rock tuvo una entrada y una expansión relativamente fáciles en España. Esto permitió que a principios de los 60 empezaran a surgir bandas locales en las grandes ciudades (básicamente las que tenían contacto directo con la influencia norteamericana y francesa) y se fomentara una escena rock en español con personalidad propia, en buena parte gracias al apoyo de los medios de comunicación y a la paulatina apertura mental y cultural de un país que intentaba desligarse de las ataduras del Régimen. Grupos como Los Bravos, Los Salvajes, Lone Star o artistas como Miguel Ríos toman el mando del rock español a mediados de los 60, lo dotan de una poderosa influencia anglosajona y, sobre todo, le dan una proyección comercial y popular para consolidar la escena. Es el inicio de la revolución: estrechamente ligado a una idea de juventud, modernidad, atrevimiento y liberación, el género estalla en paralelo a las revueltas sociales europeas de finales de la década, convirtiéndose así en un canal de diversión pero también de transgresión en el mapa social español. Puso la primera piedra de lo que estaba por llegar en la apasionante década de los 70: la experimentación del rock progresivo, la contundencia del rock urbano madrileño, el mestizaje del rock andaluz y los primeros desafíos del punk en español. Indicios de cambio plenamente expuestos, ya en los 80, con la Nueva Ola del rock español, punta de lanza estética y artística de la que ha seguido bebiendo el género en los años posteriores, que en todas sus bifurcaciones y desdoblamientos estilísticos ha preservado siempre su propia identidad.