Mozart tenía un talento asombroso y antes de cumplir los 10 años ya había deslumbrado a públicos de toda Europa por su forma de tocar y sus precoces composiciones. Pero quizás el mayor milagro fue que su carrera nunca dejó de crecer, alcanzando cotas inimaginables e investigando nuevas profundidades emocionales hasta su prematura muerte a los 35 años. Nacido en 1756 en Salzburgo, Mozart asombró a todos muy pronto, pero sus ambiciones se veían frustradas por culpa del arzobispo de la ciudad. No se liberó de esta carga hasta 1781, año en el que se estableció como compositor y pianista independiente en la capital, Viena. Allí produjo la mayoría de sus imperecederas obras maestras: en particular, cuatro sublimes óperas (empezando por Las Bodas de Fígaro), sinfonías, conciertos para piano (instrumento que tocaba con brillantez), música de cámara y una notable serie de obras para su amigo, el virtuoso clarinetista Anton Stadler. Su éxito fue enorme, pero en poco tiempo su fortuna se fue desvaneciendo y su salud empeoró. Antes de morir, en 1791, trabajó en su magnífico Réquiem, que terminó siendo su propio epitafio.