Cuando el violinista y violista Pinchas Zukerman apareció en la escena internacional en los años 60, su estilo relajado parecía resumir un ideal contemporáneo en el que confluían la sofisticación y la sencillez. DDotado de unas manos inusualmente flexibles y un estilo sumamente natural, Zukerman creaba la engañosa impresión de que tocar el violín era pan comido. Sin embargo, tras esa encantadora ilusión de despreocupación se escondía un músico profundamente serio, con un sonido cautivador de una claridad seductora. Nacido en Tel Aviv en 1948, Zukerman tenía una habilidad tan excepcional que a los 13 años ya era alumno del legendario Ivan Galamian en la Juilliard School de Nueva York. Una victoria conjunta con el violinista coreano Kyung-Wha Chung en el Concurso Leventritt de 1967 le valió un contrato de grabación con la CBS, el sello discográfico de su mentor Isaac Stern, y una serie de recitales mozartianos en los que dirigió a la Orquesta de Cámara Inglesa sin dejar de tocar el violín. En su debut discográfico de 1968, se adentraba por las complejidades virtuosas de los conciertos de Mendelssohn y Chaikovski, con Leonard Bernstein y Antal Doráti, respectivamente. Un par de años más tarde grabó para EMI íntimas versiones de las sonatas para violín y los tríos para piano de Beethoven junto a dos amigos cercanos, el pianista Daniel Barenboim y la violonchelista Jacqueline Du Pré. Hoy, más de cien álbumes después, Zukerman cierra el círculo compartiendo con una nueva generación la humildad y la profunda comprensión de la música que distinguen su estilo.