Las grabaciones de Karl Böhm de las óperas de Mozart, Wagner y Richard Strauss no han hecho más que aumentar su relevancia desde la muerte del director austriaco en 1981. Es indudable que su habilidad para elegir repartos tiene buena parte de la culpa, pero Böhm se sumergió en la tradición austroalemana con una pasión contagiosa. Los estudios con Mandyczewski, amigo íntimo más y confidente musical de Brahms, fueron decisivos en su forma de abordar no solo la ópera, sino también las sinfonías de Beethoven, Schubert y Bruckner, siempre con un fraseo expresivo y momentos de belleza sensual. Su aire sencillo y discreto en el podio tal vez tuviera motivaciones políticas. En los primeros años del tercer Reich, expresó admiración por Hitler, algo que contribuyó a su éxito profesional en Alemania. Sin embargo, nunca se unió al partido nazi ni dejó de colaborar con directores de escena y diseñadores contrarios al régimen. Fue también un influyente defensor de Wozzeck y Lulu, las cruciales óperas modernistas de Berg. Hoy, la crítica sigue considerando muchas de sus grabaciones versiones de referencia.