Cuando Mick Jagger y Keith Richards dejaron de hacer covers y rompieron a componer sus propias canciones, el pop y el rock de los 60 dobló una esquina. Después de su retahíla de himnos incontestables ya no había vuelta atrás. Cada uno de estos sencillos era un acontecimiento mediático, un manifiesto vanguardista y una descarga de serotonina.