La pianista francesa Hélène Grimaud ha desarrollado una brillante carrera en la que pasó de la precocidad impulsiva a una reflexión madura a través de un viaje plasmado en un vasto número de grabaciones. Nació en 1969 en Aix-en-Provence y comenzó a tocar el piano a los ocho años. A los 13 ingresó en el Conservatorio de París y, en contra del consejo del profesorado, se presentó en la Competición Tchaikovsky en 1986 llegando a la semifinal. Un año más tarde realizó su primera grabación, un solo de Rachmaninoff, y cuando Deutsche Grammophon (DG) la firmó en 2002, ella ya tenía un catálogo considerable. Su primer material, que incluye colaboraciones con David Zinman, Kurt Masur y Vladimir Ashkenazy, exhibe un temperamento efervescente, a veces peligrosamente apasionado. Su álbum de Beethoven (1999), que combina el Concierto para piano no. 4 (1806) con dos sonatas tardías, puede dividir opiniones, pero es sumamente carismático. Las numerosas grabaciones para DG le representaron un giro hacia discos de repertorio mixto. Se trata con frecuencia de diálogos que viajan en el tiempo entre obras “temáticas” como Duo (2012), grabado junto a la violonchelista Sol Gabetta; Credo (2003), un audaz programa con obras de Beethoven y Arvo Pärt; además de Resonances (2010), que abarca sonatas de Liszt y Berg. Títulos más recientes como Water (2016), con música de Liszt y Nitin Sawhney, así como Memory (2018), que recorre piezas de Satie a Silvestrov, presentan programas más fragmentados y bien concebidos. Aunque la interpretación de Grimaud puede haber perdido parte de su alegría juvenil, invariablemente resulta reflexiva y a menudo provocadora.