El director de una orquesta suele ser una figura carismática y, en la era de la globalización, también es común que sea una personalidad con gran comprensión de los medios. Sin embargo, Bernard Haitink, nacido en Ámsterdam en 1929, no poseía esas características y a lo largo de sus 65 años de carrera prefirió dejar que la música lo precediera. Haitink se formó como violinista, pero siete años después de su debut en el podio con la Filarmónica de la Radio de los Países Bajos, en 1954, empezó a dirigir a la Orquesta Real del Concertgebouw de Ámsterdam, una de las mejores del mundo, en la que estuvo al frente por 27 años. Su periodo con la Concertgebouw definió a Haitink como un músico autoexigente y de integridad incuestionable. Juntos grabaron las sinfonías completas de Beethoven, Bruckner, Mahler, Schumann y Tchaikovsky, en interpretaciones que evitaron con sumo cuidado las emociones simplonas y las poses. El enfoque de Haitink, que combinaba sentimientos con una apreciación reflexiva de las implicaciones más profundas de las piezas, resultó atractivo para el público. Haitink también ocupó importantes cargos orquestales con la Filarmónica de Londres, la Staatskapelle Dresden y la Orquesta Sinfónica de Boston e incluso fue director invitado en numerosas ocasiones. Asimismo, destacó como director musical de la Ópera de Glyndebourne (1978-88) y de la Royal Opera House en Covent Garden (1987-2002). En 2019, Haitink dio su último concierto a los 90 años y, dos años después, murió siendo un coloso de la dirección orquestal.